“Aníbal cruzando los Alpes”. Francisco de Goya.
A la mayoría de la gente de hoy en día, el nombre de Aníbal no les dice absolutamente nada. Todo lo más que les puede venir a la cabeza es el personaje central de la más que correcta película «El Silencio de los Corderos», añadiendo siempre detrás, por supuesto, el apelativo de «caníbal». Si acorralan un poco más a sus neuronas , puede ser que recuerden (del colegio probablemente), que fue un general, o algo así, que tuvo algo que ver con elefantes y que atravesó los Alpes no se sabe muy bien para qué. La historia es una disciplina cultural fascinante, y creo que no está bien que ignoremos a un personaje que tuvo mucho que ver con los acontecimientos que determinaron en qué se convirtió el país que hoy conocemos como España, además de que su vida, trepidante y digna de ser novelada como pocas, no deja respiro a todo aquel que le da una oportunidad.
La investigación actual sobre su figura y los constantes descubrimientos arqueológicos sobre el mundo púnico están haciendo cambiar su imagen , modificando la que nos ofrecen las fuentes clásicas, en las que fue denostado y vilipendiado por todos los historiadores romanos (Tivo Livio principalmente) y filoromanos (Polibio), los cuales, al describir aquellos hechos desde el punto de vista de los vencedores romanos y al escribir con clara intención propagandística, dejaron en sus contemporáneos, llegando hasta nosotros, una imprecisa descripción de su vida llena de crueldad, bajeza, artería y malas artes (la perfídia púnica). Esta visión falseada y interesada en extremo ha conseguido hacer calar en el subsconsciente colectivo de todas las generaciones posteriores a los hechos la impresión de que los habitantes de cartago eran rufianes de la peor calaña. Nada más lejos de la realidad, como vamos a comprobar.
Aníbal fue el hijo mayor de Amílcar Barca. El nombre significa «aquel que es grato a Baal», el cual era uno de los principales dioses de la religión cartaginesa. El apellido no es tal, sino un apodo que su padre adquirió en la primera guerra púnica, en la que fue considerado el general y estratega militar más capaz y inteligente de ambos bandos. Significa «el rayo», y elogiaba la rapidez y fuerza con que ejecutaba sus movimientos en el campo de batalla. El sobrenombre se convirtió en el principal apelativo de la familia y en un signo de distinción. Por ello los historiadores hablan siempre de «los bárquidas».
La primera guerra púnica enfrentó a romanos y cartagineses en una contienda en la que acabó imponiendose Roma y en la que los norteafricanos perdieron Sicilia, Córcega y Cerdeña. La economia púnica necesitaba de nuevos territorios donde desarrollar las innatas habilidades comerciales heredadas de su patria fenicia y es ahí donde Amílcar decidió apostar por la península ibérica, demostrando mucha inteligencia al permitir a su nación abrirse a nuevas tierras sin chocar con el enemigo romano, que tan sólo tenía allí alguna ciudad aliada (como Sagunto).
Aníbal llegó con nueve años a Hispania, entrando en la misma por la antiquísima Cádiz, que había sido fundada por sus antepasadados fenícios ya hacía mucho tiempo. En el templo de Melkart, y según algunas fuentes, Amílcar hizo jurar a su hijo (la leyenda tiene un ligero tufillo a trola inventada) que siempre sería enemigo de los romanos, determinando su futuro y el de su patria en la consiguiente conflagración bélica.
La concepción cartaginesa de las relaciones con su entorno estaba basada fundamentalmente en una visión comercial de la cuestión: necesitaban los metales y materias primas que tenía el territorio donde operaban (en este caso hispania) y comerciaban en parte para adquirir esas materias, aunque también ejercieron un control militar de determinadas zonas para asegurarse la producción de materias vitales como los metales preciosos (oro, plata, estaño y cobre principalmente). Pese a ello, demostraron inteligencia al fomentar el respeto a las demás religiones, instituciones y constumbres, aunque exigian, como estado basado en un fuerte ejército, que las naciones donde tenían presencia les cedieran hombres para defender sus intereses.
Pues bien, Amílcar murió ahogado en un enfrentamiento en la ciudad de Elike o Ilike (para la mayoría se encontraría actualmente en Elche de la Sierra), sustituyéndole su yerno Asdrúbal, que negoció un tratado con el senado romano por el que ambas no cruzarían respectivamente el río Iberos (Ebro), respetando las zonas de dominio de cada una de las potencias. Muerto a su vez Asdrúbal, el ejército votó por unanimidad que Aníbal debia ser su sucesor, obteniendo a la edad de 23 años el control de toda Andalucía y parte de Levante y debiendo gestionar un imperio en creación y un ejército basado en las huestes mercenarias de los íberos, que en su época estaban muy bien considerados como guerreros. Su gestión primeriza chocó con varias tribus, iniciando sus primeras campañas bélicas en territorio celtíbero (toma de Salamanca) y encontrando un hueso duro de roer en la elevada ciudadela de Sagunto, a la que cercó y puso en asedio. Esta postura chocó frontalemente con la de los embajadores romanos, que alegaban que Sagunto era amiga de Roma mucho antes de entrar en vigor el tratado del Ebro y que exigían a Aníbal dejar a sagunto en paz, negándose nuestro personaje a ceder en esas pretensiones y logrando tomar la plaza tras siete meses de asedio. Su decisión arrastró a su nación a otra guerra, que su genio convirtió en quasi mundial, ya que acabaron interviniendo muchas otras naciones.
El consiguiente razonamiento de Aníbal fue de una sencillez brutal: Roma quería la guerra, eso era claro, ¿porque?, muy sencillo, ambicionaban lo mismo que ellos. Debido a ello, debía tomar la iniciativa en la guerra, y si no podía atacar a Roma por mar, dado que en ese campo sus enemigos eran mucho más fuertes que él, lo ideal era sorprenderles por tierra y intentar lo que a ningún general en sus cabales se le ocurriría: atacar la propia Italia a través de los Alpes. La notícia debió ser un auténtico jarro de agua fría para su estado mayor, seguro que todos pensarían que se había vuelto loco. Pero no, las fuentes nos indican que desde hacía meses, Aníbal tenía un plan minuciosamente preparado, habiendo hecho varias incursiones en la Galia para pactar con las tribus celtas que se encontrarían en el camino y para preparar la logística que necesitaba: puestos de defensa, comida, forraje, etc, etc. Dicho y hecho, y con el visto bueno de toda su gente, reclutó el mayor ejército que nunca hubiera tenido un bárquida bajo su mando (90.000 hombres aprox) y, saliendo de Carthago Nova, remontó todo el levante, pasando los pirineos por el paso de Camfranc (el más probable), cruzando toda la Galia, atravesando el rio Ródano y divisando al final del camino las primeras estribaciones de los inaccesibles montes alpinos.
Lo que aconteció a continuación es una de las mayores gestas nunca conseguidas en la historia. Todo queda envuelto en la niebla de la leyenda. Frío, nieve, viento, aludes…no sabemos cómo consiguió este hombre que un ejército mayoritariamente compuesto por mercenarios le siguiera con lealtad a prueba de bombas hasta las estribaciones alpinas y una vez allí, y sabiendo a lo que se arriesgaban, consintieran en continuar. Además, y ese fue el hecho que le hizo ser recordado para la posteridad, les acompañaron varios elefantes africanos de guerra, los cuales, domesticados desde hacia tiempo, eran una de las sorpresas tácticas que él se guardaba en la manga.
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hasta la semana que viene.
Publicado en Minibiografias
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