La Tabula Peuntingeriana

En los tiempos que vivimos, tecnológicamente saturados de información, los retos aventureros se están encaminando por nuevas veredas: las enfermedades, el cambio climático, la contaminación del mar, y en definitiva todos los males que nos aflijen hoy en día necesitan de nuevos aventureros en miniatura, que no pequeños, pues su labor detectivesca se ciñe a pequeñas cosas: nuevos genes, bacterias e incluso fórmulas químicas variadas (para crear nuevas fuentes de energía, de agua o para usos farmacéuticos o industriales),  que a a su vez luego se convertirán en enormes descubrimientos para la sociedad en su conjunto (o para unos pocos si nos ceñimos al primer mundo): vacunas, combustibles o pesticidas respetuosos con el medio ambiente

En el siglo IV la cosa era muy diferente: Los retos a descubrir eran enormes. La sociedad romana había puesto las bases para un mundo que ya era muy distinto del precedente. Para sus ciudadanos, Roma era la luz, y lo que había fuera de ellas era un mundo hostil y bárbaro envuelto en sombras y niebla. Sus ciudades y sobre todo sus calzadas permitían dotar al cuerpo que formaba casi todo el mundo conocido hasta entonces de unas venas por las que trasnscurría la sangre del imperio en forma de bienes, cultura y modo de vida. Desde el punto de vista geográfico, el Mediterráneo supuso una via de comunicación más, pues en vez de alejar, acercó al centro las diversas periferias de que constaba el estado.

Hoy disponemos de GPS, satélites y mapas dotados de una arrogante perfección que desdibuja la emoción del primer descubrimient, pues permite pocas alegrias al aventurero. En cambio, en aquella época de niebla de guerra, donde los caminos eran eternas lineas que se perdían en el horizonte, cualquier expedición (comercial o militar) era una incógnita en sí misma que pedía ser desvelada.

Todavía hoy nos podemos hacer una idea de la ardua tarea del geógrafo antiguo. En Viena se conserva un manuscrito medieval del siglo XIII, que desdoblado, supone el más antiguo mapa de carreteras del mundo. El copista amanuense, desconocido, buscó ser lo más respetuoso posible con un original que debemos remontar al siglo IV d.c (dado que aparece Constantinopla). Es un rollo de pergamino con unas medidas de aprox. 0,34 m de alto y 6,75 m de largo, que fue dividido en 12 segmentos. El primero de ellos, que pertenecería a Hispania (España y Portugal) y la parte oeste de las Islas Británicas, ha desaparecido. Se conservan las 11 hojas restantes. En el mapa adjunto (ver foto), se acentúa la diferencia con el color blanco y negro. Es un mapa extrano a ojos de un moderno lector: el mundo conocido aparece alargado de este a oeste de forma exagerada y comprimido hasta el extremo en su vector norte-sur. Las diferentes ciudades se señalan en cada una de las calzadas que comunicaban el imperio. Aparecen muchísimas ciudades, cuyo emplazamiento todavía hoy en día es un misterio.

El modo de usar el mapa era muy sencillo. El viajero sólo tenía que seguir la calzada que estuviera pisando y una a una irían apareciento las ciudades o asentamientos señalados. Además, cada pliegue de la carretera era una mansio, o lugar de descanso en la ruta. Con todo ello sólo era necesario seguir las lineas para alcanzar su destino.

Abrid la imagen y comprobáreis lo que supone viajar hace más de dieciséis siglos.

No olvidéis hacer fotos, por favor.

~ por Mordaunt en septiembre 15, 2008.

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